08 noviembre 2007

Concierto de Rufus Wainwright en Donostia

 
¿Es esa Rufus?

Un show con mayúsculas. Así fue el concierto que anoche ofreció el bueno de Rufus Wainwright en el Kursaal donostiarra. Bastaba con echar un vistazo a los aledaños de los cubos de Moneo para comprobar que laactuación del niño mimado del pop-rock había suscitado un inusitado interés. Atrajo incluso a personalidades que afortunadamente suelen brillar por su ausencia en otros saraos musicales: el auditorio parecía más un pleno municipal que un patio de butacas. Es obvio que el yanqui-canadiense es el songwriter de moda. Una voz amiga anunció por megafonía que el concierto sería largo y que incluiría un descanso de quince minutos. La noche prometía. Rufus salió a escena enfundado en un traje blanco de rayas y un sinfín de broches brillantes. Dedicó la primera tanda de canciones a repasar su quinto disco, Release the stars, y no tardó en revelarse como un alegre parlanchín que salpicó de comentarios sus interpretaciones. "San Sebastián es una ciudad de homosexuales y de surfers que también son homosexuales", bromeó ante una audiencia ganada de antemano. Puede que sólo fuera un guiño, pero lo cierto es que, por un día, la comunidad hetero parecía ser minoría en el Kursaal.

Con juguetona retranca, preguntó al público si San Sebastián era España y, al no obtener respuesta, sugirió utilizar el término Iberia para no herir susceptibilidades. Sobrecogió al personal con la maravillosa Going to a town, donde confiesa su hartazgo de América. Tras él enmudecía una bandera estadounidense con barras blanquinegras y fulgurantes adornos en lugar de estrellas. Hizo entonces un hueco a éxitos añejos como Danny boy, incluido en su disco homónimo de debut, o Cigarettes & chocolate milk, conocido hit de su segundo álbum, Poses. Regresó después a su último trabajo y brilló especialmente en las dos canciones europeas del mismo, las hermosas Tiergarten y Leaving for Paris, donde su estrafalaria banda de talentosos multi-instrumentistas hicieron todo un alarde de virtuosismo y sutileza. Gabriel, un presunto espontáneo que parecía sacado de las primeras filas del desfile del día del orgullo gay, se marcó un baile en la pícara y bailonga Between my legs, que precedió al intermedio.

El descanso sirvió para aliviar vejigas, emponzoñar los pulmones e intercambiar impresiones. La voz de Wainwright es un auténtico manantial sonoro que él manipula a su antojo y que le permite tocar el cielo con sus impresionantes agudos para, inmediatamente después, descender hasta el subsuelo con unos sobrecogedores graves. Sin desdeñar sus cualidades como letrista y compositor, no cabe duda de que lo que convierte a Rufus es un autor singular, es su tesitura vocal, por mucho que ésta sea heredera de cantantes como Jeff Buckley o Thom Yorke. Todo parecía ir sobre ruedas: el artista estaba comunicativo, la banda sonaba perfecta -sobre todo la acertada sección de vientos y los coros- y el juego de luces contribuía a hacer aún más atractiva la velada. Pero algo algo empañaba lo que debía haber sido una noche redonda. Algo difícil de explicar y probablemente relacionado con la emoción y la intensidad. Afortunadamente, ya habría tiempo de solventar esos desajustes en la segunda parte.

Como toda buena diva que se precie, Rufus Wainwright cambió su vestuario y reapareció luciendo medias y traje tirolés. El regreso lo marcó otro viejo hit, The consort, que dio paso a la grandilocuente y sinfónica Do I disappoint you. Parecía claro que Rufus iba a desfacer el entuerto en el tramo final de un concierto que -ahora sí- alternó piezas íntimas cantadas con el solo acompañamiento de su piano de cola con otras de corte más épico y orquestal que lograron erizar los pelos de buena parte del personal. Desgranó piezas como Foggy day, Not ready to love o Beautiful child, y aún tuvo tiempo para chulearse interpretando, con el micrófono apagado, la tonada irlandesa Macushlah.

Cuando parecía que todo había terminado después de que los miembros del combo fueron presentados y el canto de un melancólico banjo puso fin a 14th street, Wainwright volvió una vez más, esta vez embutido en un albornoz blanco que le confería un aspecto de lo más kitsch. Cantó algún tema al piano, sin la banda, y después recibió a su santa madre, Kate McGarrigle, a la que cedió el protagonismo en el teclado. Con las pertinentes puyas incluidas, juntos convirtieron el auditorio donostiarra en una sucursal de la tierra de Oz gracias al entrañable himno Over the rainbow, que en su día el cine popularizó gracias a su amada Judy Garland. Pero la mayor sorpresa estaba por llegar. Cuando la madre dejó solo a su vástago sobre el escenario, éste tomó asiento y comenzó a adornar su cuerpo con abalorios femeninos: con unos pendientes aquí, unos anillos allá y un poquito de carmín, Rufus se convirtió en toda una mujer que al despojarse del albornoz descubrió un ceñido traje que dejaba al descubierto sus piernas. La metamorfosis del joven músico en vedette vino acompañada del regreso de los componentes de su grupo que, enlutados en traje negro, desarrollaron una excéntrica coreografía en torno a su líder, que cantaba en play back y bailaba una suerte de número de music hall de Broadway.

La comedia no había concluido aún. El canalla Wainwright se colgó la acústica y regaló a sus fans un par de piezas más, Get happy y Gay messiah. El público, puesto en pie, despidió al artista con una ovación tan larga como merecida. Quizá no fuera una noche perfecta, pero Rufus demostró ser un inmenso show man –o show girl, según se mire-. Es mucho más que un mesías gay. Es un tipo extraño que atesora una desbordante sensibilidad, capaz de construir con extrema delicadeza sus canciones más íntimas y exhibir una brutal energía en los momentos de mayor intensidad. Fueron, en suma, tres horas de generosa actuación tras las que quedó claro por qué Rufus Wainwright es uno de los artistas más particulares y prometedores del momento.

1 comentario:

María Eleonor Prado Mödinger dijo...

No lo conocía, mi ignorancia la reconozco, pero ayer 13 de febrero del 2010 ví en film and art la presentación tardía de este personajillo.........me engatuzó, no sabía su nombre y comencé a indagar hasta que lo encontré..me encantó su lado gay ambiguo, mitad macho y la otra él lo sabe, es un artista melodioso, entretenido, nostálgico y romántico, me acordé de la música que se cantaba en los bares en el período de la segunda guerra, cuando ves a una dama con voz etérea empinarse en sus grandes tacones y seducir a cuántos se pusieran por delante.
Un hallazgo.

Saludos desde Chile

M.Eleonor