16 noviembre 2012

Crítica de la película 'Holy Motors'



Bendita locura

Francia-Alemania, 2012.
 Dirección y guión. Léos Carax. Intérpretes. Denis Lavant, Edith Scob, Eva Mendes, Kylie Minogue, Michel Piccoli, Elise Lhommeau. Duración. 115 minutos.


S
IN medias tintas. Léos Carax ha engendrado una criatura cinematográfica que para unos será el horror absoluto y para otros una de las mejores películas del año. A esta última opinión se adscriben estas líneas que no pretenden descifrar un filme indescifrable, sino tan solo apuntar algunas sensaciones que provoca su visionado. El espectador que logre acceder al universo deHoly Motors acompañará durante dos horas a los once personajes que encarna el prodigioso Denis Levant -el término "camaleónico" se queda corto para adjetivar su talento-, en un viaje alucinante a través de imágenes que provocan inquietud, terror, hilaridad, ternura y, ante todo, desconcierto.
Los santos motores de las limusinas de Carax rugen con el combustible de hallazgos visuales y momentos espectaculares como la tórrida escena del especialista de motion capture o la huida de ese cementerio donde Eva Mendes es raptada por el rijoso señor Merde, que ya aparecía en el segmento dirigido por Carax para el proyecto colectivo Tokyo! (2008). También hay un arrebatador entreacto con música de acordeón, crímenes a sangre fría, una aparición estelar de Kylie Minogue y un desenlace tan descolocante como el resto del metraje. Tampoco deben olvidarse los homenajes, sobre todo los que invocan al inolvidable Georges Franju: no solo por la recuperación de su actriz fetiche, Édith Scob, joven y bellísima a los 75 años, sino por recrear su carnavalesco mundo de máscaras e impostores con un gusto y un humor deliciosos.
En definitiva, Léos Carax ha hecho algo que suele sonar cursi pero en este caso resulta más cierto que nunca: ha escrito una carta de amor al cine, a sus diversos géneros -terror, fantástico, melodrama, comedia, musical- y a la figura del actor con una película arriesgada, visionaria, fascinante y absolutamente libre, casi anárquica. Pero un consejo: no intenten verla con la cabeza, mejor utilicen las tripas y déjense llevar sin prejuicios por esta bendita locura.
Texto publicado en Noticias de Gipuzkoa.

16 octubre 2012

Concierto de Wilco en Bilbao


El arte del clímax

Fecha y lugar. 14/10/2012. Palacio Euskalduna. Bilbao. Intérpretes. Jeff Tweedy (guitarra, voz), John Stirratt (bajo), Nels Cline (guitarras), Glenn Kotche (batería), Pat Sansone (guitarra, teclados), Mikael Jorgensen (teclados). Incidencias. Algo más de las tres cuartas partes del aforo completo. Los escoceses The Hazey Janes ejercieron de teloneros y a modo de souvenir la promotora Conciertos Sublimes regaló a los asistentes un cartel de la actuación.

JUSTO cuando se cumplían cinco años de su estreno en Bilbao, Wilco regresó el domingo al Palacio Euskalduna, que esta vez no registró el habitual lleno absoluto. En parte porque la banda de Chicago visita anualmente el Primavera Sound de Barcelona y ha ofrecido conciertos recientes en Donostia (2009 y 2011) y varias ciudades del Estado. Pero el leve pinchazo de taquilla parece ante todo atribuible al desorbitado precio de las entradas, que costaban entre 32 y 100 euros frente a los 33/40 euros de hace un lustro. Así, las localidades asequibles se ocuparon casi al completo y las prohibitivas no se vendieron ni con la desesperada oferta de 2x1 que la promotora lanzó hace unos días para evitar la imagen de un auditorio desangelado.

Los primeros acordes de la arrebatadora One Sunday Morning hicieron olvidar a gran parte de la audiencia el desembolso realizado: el modo en que Jeff Tweedy y los suyos fundieron tan melancólica balada con Art of Almost, pepinazo de ecos krautrock y apoteosis lisérgica, fue sencillamente sublime. De su último trabajo, The Whole Love (2011), sonaron también la pegadiza I Might y Born Alone, con riffs de guitarra que parecían latigazos sobre un caballo desbocado. Más tarde interpretarían Dawned on Me y el tema homónimo de ese amoroso álbum que ha sacado a Wilco de un cierto estancamiento discográfico; los intercalaron con clásicos como I Am Trying to Break Your Heart en un concierto de sobria puesta en escena y un sonido exquisito.

Enlazaron la hermosa You Are my Face con el himno Impossible Germany, en el que Nels Cline volvió a sacar chispas a su guitarra con un solo ya legendario. Después llegaron las canciones más añejas de la noche, la espléndida Misunderstood, del Being There (1996), y Box Full of Letters, de su debut A.M. (1995). En medio de ambas insertaron la balsámica On and On and On para continuar después con la marchosa I'm Always in Love, la insoslayable Jesus, Etc. y la adictiva Handshake Drugs. Tweedy puso a prueba su falsete en Hate it Here y su sentido del humor en Heavy Metal Drummer. Ya en la recta final, mostraron su faceta más melódica invocando a los Beatles con Hummingbird y en A Shot in The Arm exhibieron, como en otros tantos títulos, una maestría sin igual a la hora de conducir sus melodías hacia el explosivo clímax final.

Muchos reprochan a Wilco cierta frialdad y una actitud mecánica sobre el escenario. En verdad, todo está calculado al milímetro (solos, distorsiones, luces, cambios constantes de guitarra) y como músicos son escandalosamente buenos, pero su virtuosismo y la preocupante falta de frescura no impiden que la emoción se contagie al espectador de manera muchas veces brutal. Es el caso del tema que inauguró la tanda de bises, Via Chicago, una pieza soberbia y estremecedora que captura como pocas la doble alma acústica y eléctrica de un grupo que cerró su actuación de dos horas con la bellísima California Stars, la saltarina Walken y la rockera I'm the Man Who Loves You. Al parecer, tenían listas dos propinas más, Monday y Outtasite (Outta Mind), pero no las tocaron, quizá por la tibieza que reinaba en las primeras filas. "¿Lo estáis pasando bien? No sé, parecéis una pintura al óleo", llegó a bromear Tweedy antes de definir Bilbao como "una de las ciudades pequeñas más bonitas del mundo" (que no cunda el pánico entre la parroquia guipuzcoana: hace dos años confesó en el Kursaal que no les importaría nada mudarse a Donostia). Faltaban unos minutos para la medianoche y en los aledaños del Euskalduna muchos pensaban ya en su próximo reencuentro con Wilco: si no es la mejor banda del planeta, se le parece mucho.


 
 
   
 
 

Publicado en Noticias de Gipuzkoa.


12 octubre 2012

Encuentro con Fernando Arrabal



El texto que viene a continuación, publicado hoy en NOTICIAS DE GIPUZKOA, no hace justicia a lo que en realidad fue el encuentro que la prensa mantuvo ayer con Fernando Arrabal. Primero, porque el tipo es tan xelebre que hay que verlo y escucharlo para creerlo; no es lo mismo leer sus ocurrencias resumidas en unos pocos párrafos que deleitarse en vivo y en directo con su incontinencia verbal y gestual. Segundo, porque haría falta un suplemento de al menos ocho páginas para reproducir todas y cada una de las perlas que eyaculó durante hora y cuarto. 

En la noticia, entre otras muchas cosas, olvidamos mencionar que a todo aquel que se encontraba, Arrabal le saludaba con esta pregunta: "¿Durmió usted bien?" Y que canturreó Gernikako arbola, una tonada que "hoy ya no se puede cantar porque es reaccionaria". Tampoco tuvimos espacio para apuntar un dato curioso. Según confesó, antes de convertirse en cineasta, él siempre tuvo claro que iba a dirigir siete películas, ni una más ni una menos, y ese es el número de largometrajes que ha firmado desde ¡Viva la muerte! (1970) hasta Jorge Luis Borges (1998) . "Hacer más de siete me habría conducido a la repetición y menos habrían sido insuficientes". 

Pues bien. Siete es el número de fotografías que hemos incluido en este post. En ellas se puede ver -y eso tampoco pudimos contarlo- a Josemi Beltrán, responsable de la Unidad de Cine de Donostia Kultura, y a Joxean Fernández, director de la Filmoteca Vasca, haciendo verdaderos esfuerzos para contener las carcajadas. A este último, por cierto, le llamaba simplemente "Fernández" y le confundió con un profesor de la Sorbona.

Por último, aquí hay otras dos visiones (¿o deberíamos decir risiones?) de la rueda de prensa de ayer, cortesía de Alberto Moyano y Rafa Herrero. ¡Que ustedes lo rían bien!


El meticuloso rigor de la confusión

SI usted confía en encontrar en estas líneas una información con cierto orden y sentido, será mejor que cambie de página antes del próximo punto y seguido. Si, por el contrario, no tiene inconveniente en asistir a un relato periodístico torpedeado por el humor absurdo y surrealista, continúe leyendo.
Fernando Arrabal (Melilla, 1932), escritor, cineasta y artista polifacético, visitó ayer Donostia para presentar El árbol de Guernica, un largometraje de 1975 proyectado en el ciclo que la Filmoteca Vasca dedica al tema Cine y Guerra Civil en el País Vasco. "Responderé a sus preguntas, como siempre, con la mayor sensatez posible", fueron sus primeras palabras. Por supuesto, incumplió la promesa y zambulló a los periodistas en un dislocado y divertido soliloquio que bien podría haberse titulado Manzanas traigo.

Excéntrico como siempre, Arrabal se congratuló por la atención de los medios. "En España no me conoce nadie, solo unos pocos que me vieron borracho en televisión", dijo en alusión a la mítica tertulia de 1989 en la que apareció ocurrentemente ebrio. Ayer no habló del milenarismo, pero sí de muchas otras cuestiones, entre ellas de nacionalismo. "No soy español, no soy francés, no soy marroquí, soy de la mejor tierra: de destierrolandia", aseguró un autor que conoció la cárcel y vio cómo la dictadura de Franco prohibía toda su obra. "Soy tan nacionalista que siempre he buscado un nacionalismo sin fronteras", añadió Arrabal, afincado en Francia desde hace décadas.

Poco o nada habló del tercero de sus siete largometrajes, una coproducción franco-italiana rodada en francés en la ciudad de Matera. Como señaló Joxean Fernández, responsable de la Filmoteca, apenas hay referencias al País Vasco -salvo la música de txistu o el himno de San Fermín- en un filme que, en realidad, utiliza la figura del árbol de Gernika "como símbolo contra la barbarie". La cinta está ambientada en el ficticio pueblo de Villa Ramiro -un evidente guiño al Villarodrigo de su infancia-, donde los fascistas se levantan contra la República y masacran a la población.

Como el resto de la obra de Arrabal, su cine está marcado por la condena a muerte que su padre, un pintor que simpatizaba con la República, recibió el 17 de julio de 1936. La pena le fue conmutada por prisión pero en 1942 desapareció para siempre tras una misteriosa fuga. Desde ese día, ha perseguido la misión de luchar "contra la intolerancia y la inquisición". En El árbol de Guernica, el cineasta arremete contra el ejército y el clero con un delirante despliegue de secuencias que, proyectadas hoy en día, harían fibrilar de pánico a Rouco Varela y su Conferencia Episcopal: entre otras lindezas, aparecen imágenes de Cristo ametralladas y miccionadas, eyaculaciones sobre figuras de santos, crucifixiones de enanos y besos de tornillo entre sacerdotes y soldados.

Hasta 1982, siete años después de terminarla, no pudo llevar la película a España. Incluso en democracia, su estreno no pasó inadvertido, especialmente para la ultraderecha y el ejército, que trataron de secuestrar el filme por su irreverencia. Pese a todo, él no comulga con la imagen de provocador que le ha acompañado siempre. "He tratado con los mayores genios del siglo XX y del III Milenio, y jamás he conocido a un provocador", declaró, para definir provocación como "acto imposible de calibrar y de prever, un hecho que llega misteriosamente".

amigos y DIOS Durante su intervención fueron numerosas las alusiones a grandes genios, amigos y compañeros de tertulia. Todas las semanas convierte su domicilio de París en punto de encuentro de personalidades como Milan Kundera, Darío Fo, Michel Houellebecq o "premios Nobel de Física o Matemáticas". "Gente de poco valor", bromeó un artista que se ha codeado con Buñuel, Dalí, Duchamp, Magritte, Warhol y Picasso, entre muchos otros. "Ionesco, por ejemplo, siempre empezaba las conversaciones así: 'Fernando, usted que es agnóstico como yo...' Y a partir de ahí solo hablábamos de Dios", rememoró.

Arrabal dijo creer en Dios como un ser que después de hacer la Creación, la dejó "al meticuloso rigor de la confusión". "Dios, como yo, es pánico, matemático y jugador de ajedrez", dijo en alusión a una afición en la que es una auténtica autoridad internacional. También se refirió al "problema" que tiene con la Virgen, que "no existe" pero se le aparece.

tolosa y vitalismo Sin desprenderse en ningún momento de sus dos pares de gafas -unas de ciclista, colocadas sobre la frente, y otras para ver-, Arrabal no perdió ocasión de recordar su estancia de un par de años en Tolosa, donde trabajó como papelero cuando tan solo tenía 16 años. "Yo era un chicarrón, un jatorra de miedo", aseguró. Cuando se masturbaba, en su diario pintaba una mancha negra, y si comulgaba, dibujaba un sol. Subía el alto de Bidania en una bicicleta que "pesaba por lo menos 40 kilos" y vivía "enamoradísimo" de una chica que se llamaba Izaskun y le tocaba Para Elisa de Beethoven al piano.

En la villa papelera cayó enfermo e incluso, como recogió la prensa de la época, recibió la extrema unción. Ya en París, le quitaron "el pulmón tuberculoso" y le dieron la tarjeta de inválido, distinción que para él casi es más importante que la Legión de Honor y los numerosos premios que ha recibido en su carrera. "¡Cuando voy a una exposición, me ponen silla de ruedas!", aseguró pícaramente.

Tremendamente vitalista a sus 80 años, consideró que "la vida es demasiado feliz, demasiado corta". Curiosamente, se mostró "contento" por la cierta invisibilidad que rodea a los artistas. Citó un listado de la revista Time sobre las cien personas más influyentes del mundo en la que no había un solo dramaturgo, novelista o artista. En primer lugar aparecía el futbolista Didier Drogba, la segunda era Lady Gaga y el tercero Bill Clinton. "¿Es un premio a la felación?", se preguntó antes de proclamar: "Los de la cultura no tenemos nada, vamos a poder levantar el árbol de Gernika hasta el cielo, no tenemos valladares ni obstáculos, no pueden comprarnos ni tenemos nada que vender".

"Sin confusión no hay vida", dijo en otro momento de la charla con la prensa citando uno de los principios fundacionales del Grupo Pánico, creado a mediados del siglo XX junto a Roland Topor y Alejandro Jodorowski. "Somos comediantes", añadió parafraseando a Fo. En el tintero quedaron un sinfín de anécdotas. "La próxima vez les hablaré de cuando hice la corte a la mujer de Dalí... por orden del propio Dalí", prometió antes de despedirse para presentar el filme ante el público del Teatro Principal: "Merci, eskerrik asko".


 

13 septiembre 2012

Jazzaldia (IV): Marc Ribot y Melody Gardot



 Viaje con nosotros

(Crónica de la primera noche en la Plaza de la Trinidad: 20/7/12)

LA primera sesión doble de la plaza de la Trinidad, protagonizada por Marc Ribot y Melody Gardot, comenzó el viernes con el homenaje póstumo al pionero del Jazzaldia, Pierre Lafont, fallecido recientemente. Su viuda, Francette, recibió una placa honorífica y tras sus emocionadas palabras de agradecimiento, saltaron a la arena Ribot y Los Cubanos Postizos para cocinar a fuego rápido su célebre deconstrucción electrificada del son. El quinteto, que ya visitó el Festival en 1999, se mostró divertidamente sabrosón en su viaje musical al Caribe, muy diferente a la marcianada sonora que el guitarrista estadounidense protagonizó hace cuatro ediciones con Ceramic Dog.

Aquel año había programadas dos funciones y la última fue abortada por una pertinaz galerna. Por ello, eran muchos quienes ansiaban reencontrarse con un músico capaz de sacar chispas -y un sonido muy reconocible- a las seis cuerdas de su instrumento. Verle tocar la Fender Jaguar es un auténtico espectáculo, especialmente cuando se adentra en solos dislocados y digresiones guitarreras. Vestido -atención- con una camiseta del grupo Kiss, Ribot tocó temas propios como Postizo y Aquí como allá, pero prefirió centrarse en piezas del "gran compositor cubano" Arsenio Rodríguez. "Gracias allá donde estés", dijo mientras interpretaba, tarareaba e incluso bramaba contagiosas tonadas como Los Teenagers Bailan Changui, Jagüey o Dame un cachito pa'huele.

Para quienes profesan la fe de Tom Waits, al que Ribot ha prestado su guitarra durante años, la experiencia es aún más estimulante porque muchos temas recuerdan a la música del genio californiano, especialmente aquellos apuntalados por las percusiones machaconas de EJ Rodríguez y Horacio El Negro Fernández. El groove del organista Anthony Coleman y la aportación de Brad Jones al contrabajo también fueron indispensables en un concierto al que solo le faltaron 20 minutos más. Lástima que la fiesta solo durara una hora de reloj.

LA DIVA GARDOT
Melodía de seducción

El descanso fue más largo de lo habitual porque el equipo de Melody Gardot se entretuvo con la prueba de sonido y con una escenografía que convirtió el tablado en una suerte de recinto portuario con sacos, cajas de fruta y mantones de Manila. El retraso también pudo deberse a que cualquier diva que se precie ha de hacerse de rogar, aunque tras casi una hora entre un concierto y otro, la estadounidense logró impacientar a los espectadores. Algunos incluso recibieron a la nueva promesa del jazz con abucheos. Tampoco a los fotógrafos les resultó muy amigable la cantante, que puso toda clase de restricciones a su trabajo. Al parecer, las lesiones derivadas de un atropello sufrido hace años aún le impiden ver y caminar con normalidad.

Pero cualquier sombra de enojo desapareció en cuanto la Gardot, 27 primaveras, apareció en la penumbra -bastón, turbante negro, gafas oscuras, vestido rojo y chaqueta de plumas- y se arrancó a cantar a capella, con el único acompañamiento de un manojo de cascabeles y el sonido de su tacón golpeando el suelo. Era el espiritual negro No More My Lord, que sonó como un blues primitivo y arrebatador. Con la banda ya al completo fue presentando las melodías de su reciente tercer disco, The abscense (2012), y tras piropear la belleza de la plaza ("Qué lindo aquí, very cool, muchas gracias por esta noche"), pronunció un desternillante speech y se presentó como la azafata políglota de un vuelo especial a través de las diferentes músicas del mundo. "Abróchense los cinturones", advirtió antes de poner rumbo al camerino para cambiar su atuendo por un vestido negro. De su último álbum eligió, entre otros temas, Goodye, Impossible Love, Mira, So Long y Lisboa, y todos sonaron sin mácula en lo vocal y en lo musical. Ahora bien, aunque nada negativo se pueda decir de una velada artísticamente intachable, tanta perfección no se vio quizá correspondida con la necesaria e inaprensible alma.

En unas ocasiones Gardot tocó el piano y en otras, como en Baby I'm a Fool, optó por la guitarra. Su versátil grupo -en especial el pluriempleado Irwin Hall, que sopló el clarinete, la flauta y hasta dos saxos a la vez- hizo que la asombrosa voz de Melody Gardot recorriera tierras argentinas, brasileñas y portuguesas apoyada por un amplio catálogo de divinas poses. Cantó en francés Les etoiles (de su segundo disco) y al final incluso sobrevoló África con la marchosa Iemanja, canción coreada festivamente por el público. En el primer bis, antes de despedirse lanzando un sensual beso al público, hizo guiños a clásicos como Fever y Summertime. Para terminar, descendió por el camino de baldosas amarillas tras enamorar al público con una original versión del Over The Rainbow de El Mago de Oz, con Stephan Braun tocando el cello sin arco como si fuera una guitarra. Eran más de las doce y del cielo caía un inofensivo sirimiri que, por supuesto, no guardaba relación alguna con la seductora voz de Melody Gardot.

 
 
 
 

 
 
  

 
 
 

Publicado en Noticias de Gipuzkoa.