09 junio 2012

Crónicas del concierto de Bruce Springsteen en Donostia


 

En este post se incluyen dos crónicas del concierto que Bruce Springsteen ofreció el 2 de junio de 2012 en el donostiarra estadio de Anoeta. La primera, Parroquia Springsteen, se publicó en Noticias de Gipuzkoa el lunes día 4 y es un resumen completo y reposado de toda la función. La segunda, Demolition Man, fue publicada el domingo día 3 y es la crónica de urgencia remitida desde el estadio a través del teléfono móvil antes de que finalizara la actuación. Las fotos, como es obvio, están tomadas desde el público con una cámara compacta.

Parroquia Springsteen

Y dijo Bruce a sus discípulos: "¡Hola, San Sebastián! Gabon, Donosti!". Y en mitad de la tormenta perfecta, Anoeta se vino literalmente abajo . Es lo que tiene ser un ídolo de masas: que levantas un brazo y 45.000 personas alzan el suyo; gritas "Say yeah!" y la gente al unísono responde "Yeah!"; te tiras de lo alto de un puente y... Ejem, tampoco hay que pasarse, pero resulta chocante, al menos para quienes no pertenecen (aún) a la parroquia Springsteen, esa fe ciega que se le profesa en todo el globo terráqueo.

Contemplar cómo el público de las primeras filas se desgañita vociferando su nombre o intenta tocarle como si ello pudiera curarles la lepra, recuerda a esas exageradas imágenes de la Semana Santa española, cuando miles de presuntos devotos enloquecen al paso de vírgenes y cristos policromados. Desde fuera puede incluso resultar ridículo, pero es la prueba de que solo Bruce y otras dos o tres estrellas internacionales son capaces de llenar estadios y provocar el delirio colectivo, también en el siglo XXI.

Tal vez para compensar la media hora de retraso con la que el sábado salió al escenario, el jefe de todo esto contempló la que estaba cayendo y tuvo la feliz idea de comenzar con un clásico ajeno, Who'll Stop the Rain, una versión de la Creedence Clearwater Revival que no pudo ser más oportuna. La respuesta a la pregunta "¿Quién parará la lluvia?" llegó tres horas y 28 canciones después, cuando el rockero de New Jersey y una E Street Band -Nils, Steve, Garry, Max, Roy, Jake y Soozie- ampliada hasta una quincena de miembros se despidieron para volar de Biarritz a Lisboa. Habían conseguido detener el pertinaz chubasco, aunque nadie dijo que luchar contra los elementos fuera fácil.

En su primera visita de 2008 el Boss prácticamente ignoró los temas del que entonces era su último disco, Magic (2007), y completó el repertorio con un apabullante ramillete de éxitos. En el concierto de antes de ayer, en cambio, repasó más de la mitad de los once cortes que incluye Wrecking Ball (2012). Quizá lo hizo porque sabe que esas canciones son mejores que las de trabajos más recientes y porque cree que su mensaje de denuncia es más necesario en el momento actual. Precisamente, de "tiempos duros" y de los miserables que los han provocado hablan We Take Care Of Our Own, Wrecking Ball y Death to My Hometown, que en los primeros compases de la función -cuando preguntó "Zer moduz zaudete?"- sonaron demoledoras y reforzadas por una huracanada sección de vientos.

Más tarde dedicó la balada Jack of All Trades "a quienes están luchando" contra la crisis e interpretó Shackled and Drawn y Land of Hope and Dreams, dos maravillosas piezas impregnadas de gospel en las que el coro cantó a pleno pulmón. Leyó varios mensajes en spanglish y lanzó numerosos "eskerrik asko" ayudado por una chuleta situada a sus pies, y al iniciar los tres cuartos de hora que duraron los bises pidió "rezar para que lleguen tiempos mejores". Entonces optó por Rocky Ground, otra nueva tonada de resonancias bíblicas que además de un contagioso estribillo contiene los primeros versos rapeados de la extensa discografía de Springsteen.

Entre los adeptos de la iglesia del incombustible Bruce, fueron legión quienes le reprocharon la excesiva presencia de nuevo material, que forzó a aparcar composiciones tan deseadas como No Surrender, Glory Days y Thunder Road, entre otras. De todos modos, fue generoso en el capítulo de éxitos, en el que ganaron por goleada los gloriosos años 70 y los discos de los primeros 80, y escasearon los recientes, limitados a The Rising (2002), el álbum que lanzó tras los atentados del 11 de septiembre y del que rescató el desgarrador My City of Ruins y el marchoso Waitin' on a Sunny Day. En este último, el músico protagonizó una de las anécdotas más simpáticas del tour al salir corriendo tras un niño pequeño al que había invitado a cantar y que huyó presa del pánico escénico. Cuando logró darle caza, lo cogió en brazos y le cedió el micro para demostrar que sabía perfectamente la letra. La audiencia, boquiabierta y emocionada, aplaudió a rabiar.

El aguacero concedió varias treguas temporales mientras sonaban, entre otros hits añejos encadenados al grito de "One-two-three-four", Spirit in the Night, con Springsteen luciendo gorra negra a juego con sus tejanos y su chaleco; Does This Bus Stop at 82nd Street?, que concluyó con una especie de batucada afrocubana; y Prove It All Night, enlazada al estilo punk con She's The One. El solo de armónica de The River encendió mecheros y teléfonos móviles que brillaron en la oscuridad de un estadio conmovido por la voz del líder, que terminó cantando en estremecedor falsete. Y la temperatura subió más aún con las obligadas Backstreets -figuraba entre las peticiones que el público exhibía en numerosos carteles- y Badlands. Pura energía.

La lluvia, que convirtió Anoeta en un mosaico multicolor de chubasqueros, ocasionó más de un trastorno pero dio un toque mágico a una velada que entró en su recta final con Born in the USA y Born to Run, que marcaron dos de los momentos más épicos, con Springsteen brutalmente entregado. Con todas las luces del estadio ya encendidas y calado hasta el tuétano, lanzó y recogió guitarras voladoras para tocar Hungry Heart, instante que aprovechó para dejarse querer por enésima vez en las primeras filas, en las que los fans le agasajaron con pañuelos y gafas de sol que él se ponía y se quitaba. En el tributo al rock and roll canónico de Moon Mulligan y su Seven Nights To Rock, Bruce sacó chispas a las cuerdas de su guitarra frotándolas contra el pie de micro, mientras en la genial Dancing in the Dark volvió a practicar el "Dejad que los niños se acerquen a mí" invitando a bailar a otros tres críos.

Se le pueden perdonar esos y otros gestos populistas, así como el discurso de multimillonario preocupado por quienes han perdido su trabajo y su hogar. No hay que olvidar que las entradas costaban entre 65 y 83 euros más gastos de distribución, aunque cuando el concierto terminó con el vídeo de homenaje al fallecido Clarence Clemons, proyectado al final de Tenth Avenue Freeze-Out, pocos se acordaban de la pasta. Habían disfrutado de uno de los directos más intensos -y completos: rock, folk, soul, gospel- que pueden vivirse en la actualidad y casi todos aguardan ya el tercer advenimiento de su mesías a Donostia. Porque ya se sabe: no hay dos sin tres.

Demolition Man

EXISTE un vicio tan deplorable como extendido entre algunos periodistas musicales que acostumbran a dejar escritas y firmadas sus crónicas antes incluso de que empiece el concierto. Hoy en día, el maremágnum informativo de Internet permite conocer al dedillo cómo ha sido la gira de muchos artistas o el orden exacto del repertorio. Es en el caso de grupos como AC/DC, Coldplay o Madonna, que llevan montajes mastodónticos y repletos de efectos extra-musicales que dificultan o impiden modificar la actuación de una ciudad a otra.

Con Bruce Springsteen, sin embargo, no hay fuegos de artificio que valgan, y si los hay, van implícitos en el propio ADN de su música. Sin tramoya, con un show prácticamente desnudo en lo escenográfico, el rockero de New Jersey fía toda la fuerza de su espectáculo al grandioso sonido de la E Street Band y a un cancionero amplísimo plagado de éxitos que varían noche tras noche en un porcentaje importante. Conclusión: habría sido imposible escribir las siguientes líneas de antemano sin ser vidente o similar.

45.000 almas
Un directo demoledor

Y el principal imponderable de ayer era la climatología. Poco antes del inicio del concierto cayeron varios aguaceros que no arredraron al público, que recibió la lluvia purificadora a grito limpio y cantando a coro un sonoro "Oe-oe-oe". Otros hacían tiempo soplando con la armónica la melodía de The River, quizá para espantar la lluvia. Cayeron rayos, truenos y centellas poco antes de las 21.35 horas cuando -con un retraso bastante considerable-, Bruce saludó con un "Gabon Donostia" y sonaron las primeras notas de Who'll Stop The rain, una más que apropiada versión de la Creedence. Los 45.000 espectadores que colapsaban el estadio de Anoeta paladearon entonces las primeras dosis de uno de los directos más contundentes de los últimos 40 años: tan aplastante como esa bola de demolición que presta título al decimoséptimo álbum de estudio de Springsteen, Wrecking Ball (2012).

En mitad de un implacable chubasco, a ambos lados del escenario, en lo más alto, ondeaban dos banderas, a la izquierda la ikurriña y a la derecha la estadounidense. Barras y estrellas para una noche fresca y prolija en proclamas sociales y ataques contra los responsables de una crisis devastadora. Entre los primeros temas abundaron los recientes como We take care of our own, Wrecking Ball y Dead to my hometown, donde brilló con fuerza una potente sección de viento.

Lo que vino después fue "una canción de holas y adioses, de lo que un día perdemos y de lo que queda para siempre", es decir, una de sus canciones sobre los atentados del 11 de septiembre: My city of ruins. Había parado de llover cuando al presentar a la banda excusó la ausencia de su mujer -"Patty está en casa con los niños"- y recordó a los ausentes David Federici y Clarence Clemons, cuyo sobrino y sustituto Jake hizo un gran papel al saxo.

La función siguió a todo trapo con Spirit in the night, en la que se dio un auténtico baño de masas y sé dejó sobar literalmente por el público de las primeras filas. Tras algunos éxitos, dedicó Jack of all trades a la gente que lo está pasando mal por la crisis, que ha perdido su casa y su trabajo. "En España estáis aún peor que en EEUU", dijo en castellano gracias a una chuleta pegada en el escenario.

Un tremendo relámpago hizo presagiar lo peor en mitad del virtuoso solo de guitarra que Steve van Zandt ofreció al final de Prove it all night, pero la cosa no pasó a mayores. Springsteen remató con la armónica She's the one y cambió la eléctrica por la acústica para acometer la animada Working in the highway. Casi cuatro años después de su primera visita a Donostia, Bruce demostró seguir pletórico a sus 62 años, con un estupendo manejo de todos los palos de la música popular americana: rock, algo de blues, soul y el gospel de temas como Shackled and drawn, que sonó celestial. En Waiting on a sunny day cumplió con el ritual de invitar a cantar con él a un niño pequeño, que al principio salió huyendo del escenario, pero que luego pareció más que a gusto en brazos del Jefe, cantando y mostrando el puño en alto.

Cuando anoche este periódico era engullido por la rotativa -cuando sonaba The River, el clásico entre los clásicos-, el Boss no había cantado aún su última palabra y quedaban por delante unas cuantas canciones. Por ello, la presente crónica de urgencia tendrá su necesaria continuación mañana en estas mismas páginas, aunque si se cumplieron las pocas predicciones que pueden realizarse en su actual gira, Springsteen terminó empapado en sudor tras cantar una treintena de temas y despedirse con el imprescindible Tenth Avenue Freeze-Out, que incluye el emotivo homenaje a Clarence Clemons.
 
 
 


No hay comentarios: